En primer lugar hay que tener en cuenta que los sistemas de numeración no siempre han sido iguales. Antiguas civilizaciones tales como los egipcios y sumerios tenían un sistema duodecimal en vez del sistema decimal que hoy es utilizado en el mundo entero.
Por esta razón, los egipcios dividieron los días en 12 horas, siendo una hora para el amanecer, otra para el atardecer y las 10 restantes para contar el tiempo de luz, y la noche la dividieron del mismo modo en 12 horas.
Las horas del día las medían mediante los conocidos relojes solares y su sombra. Por este motivo, las horas no eran tal y como las conocemos hoy en día, si no que variaban su duración dependiendo de la época del año en la que estuviésemos.
Las horas de la noche, ante la evidente ausencia de luz, eran medidas mediante estrellas que identifican a los 3 decanos de cada uno de los 12 signos zodiacales. Durante el periodo desde la puesta del sol hasta el amanecer aparecen en el cielo un total de 18 de estas estrellas. Las tres primeras y las tres últimas estaban asociadas al atardecer y amanecer respectivamente, quedando las 12 estrellas que dividían las horas de la noche.
Las horas no dividieron el día de forma equitativa hasta que los griegos decidieron que necesitaban un sistema regular para realizar cálculos. Hiparco de Nicea propuso la división del día en 24 horas de todos los días del año al igual que se dividen las horas en los equinocios (el mismo tiempo de día que de noche). El pueblo llano siguió usando la medición histórica hasta la invención de los relojes mecánicos en el siglo XIV en Europa, que fue cuando este sistema se extendió.
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