Hace sesenta y nueve años, el 9 de noviembre de 1938, tropas de asalto y ciudadanos comunes saquearon hogares y negocios judíos en decenas de ciudades alemanas, destruyendo edificios y golpeando a gente inocente. El horror que llevaría el nombre de «Kristallnacht» o la «Noche de los Cristales Rotos» anunció las atrocidades del Holocausto.
Este acto recibió este peculiar nombre debido al número de escaparates, tiendas, sinagogas etc destruidas solo por el hecho de ser judías. Una vez rotos los cristales algunos testigos relataron expresiones oídas de los alemanes:
"Limpia los cristales, está prohibido que un alemán se corte con un cristal judío"Este trágico capítulo de la historia resulta útil para subrayar el poder de la gente común. Podemos elegir entre el uso de la violencia o, al igual que el diplomático sueco Raoul Wallenberg, hacer todo lo posible para ponerle un punto final a la violación de los derechos de nuestros semejantes.
Así como la «Noche de los Cristales Rotos» representa lo peor que puede cometer el ser humano, las acciones de Wallenberg en 1944 muestran lo mejor que una persona puede dar de sí. Al arribar a Budapest, el diplomático diseñó pasaportes falsos y estableció «casas seguras» bajo la protección de la bandera neutral sueca. Las acciones de Wallenberg salvaron a decenas de miles de judíos húngaros condenados por el régimen nazi.
Los conflictos étnicos y religiosos que impregnan los titulares de la prensa de hoy nos señalan que la atrocidad de «Kristallnacht» se encuentra todavía muy cerca nuestro. Su recuerdo no debe ser materia exclusiva para los historiadores. Por ello, es preciso apreciar el valor de la diversidad así como estimular el ejercicio de los valores de la solidaridad y el coraje cívico.
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